Está publicado que Gijón va camino de tener más plazas de residencias de la tercera edad que camas de hoteles. No me extraña: cada día conozco a más gente con menos opciones para irse por ahí de hotel y con más miedo a acabar en un asilo antes de tiempo. Sin ir más lejos, esta semana se llenó hasta los topes el Albergue Covadonga, el top manta de los hoteles, con todos los respetos. Ya se sabe que si el mal tiempo te pilla en una ciudad ajena te metes en una cafetería, pero si eres un pobre de solemnidad te metes en un albergue de beneficencia a verlas venir. Si además ya tienes más de setenta tacos puede, que tus nietos te metan en un asilo para que tus hijos se queden con tu piso y, así, no tengan ellos que ir a pedir plaza en un albergue con monjitas. El resultado es que la suma de la macabra evolución económica y la alta esperanza de vida harán que la desproporción entre cuartos de hotel y habitaciones de geriátrico se siga disparando a favor de las segundas. De hecho, algunos hoteles de esta ciudad se han reconvertido ya en geriátricos, ejemplos evidentes de saber donde está la clientela asegurada. Al fin y al cabo, en un asilo no hace falta un botones que te suban las maletas. Se llega ya ligero de equipaje.
Si el Eurobanco y sus secuaces no lo remedian y siguen todos tomando copas en el puticlub de Moody’s, el emblema de las hermanas de la caridad va a empezar a ser más solicitado que los sellos del club de calidad que exhiben los hoteles. La cosa está fea porque en las calles de nuestras ciudades han cada vez más parados, más viejos y menos turistas. El Albergue Covadonga tiene ya el cartel de no hay habitaciones hasta el otoño. Por lo menos.
Todos estamos de paso, al fin y al cabo, y la vida es un viaje en el que las reclamaciones al tipo que nos lo ha vendido son totalmente imposibles. Ser viejo es estar poniendo punto final al turismo de la vida. Ser pobre es haberse quedado sin maletas y sin tarjetas de crédito en mitad del trayecto y sin posibilidad de repatriación. Ser pobre y ser viejo a la vez es una cabronada similar a la perder las llaves de casa cuando ya estabas a punto de entrar en el portal y soltar el equipaje para descansar.
Malos tiempos para ser viejo, o joven, o casi cualquier cosa menos empleado en el puticlub ese