Ya no me gustó nada que tu último disco se llamase “Las diez de últimas”. ¿Qué pasa?, me pregunté. Lo mismo fue otra broma más, del Krahe hermético, o lo mismo es que ya sabías que la partida se acababa y que todo el pescado estaba vendido en Zahara de los Atunes. Tal vez -de qué nos extrañamos- sabías ya más del presente y del futuro y por eso escribiste a beneficio de profecía e inventario que “tal vez de campanas que tocan a muerto y doblan por mí, eso ya lo sé, incluso triplican con muy mala fe. Pero sigo el curso del día tras día y de los delirios de la anatomía”.
El caso es que el caos siempre gana la partida. Este orden cronológico de lo ilógico te ha llevado por delante, querido Javier. Nos has dejado solos esperando a Marieta y yendo a ver a La Paz a esa novia suicida que le hizo un jersey a la cruz de Hemingway, y a esa otra que nos ha dejado solos tomando gazpacho, lenguado y una copa de vino para matar la ansiedad. Nos has dejado dicho aquello de “que corra el atleta” para ir a tu bola, a ver a Manitú (el dios católico es un pamplinas, como sabes) cogido de la mano de tus más de cien amores que ni el Alzheimer te podría haber robado, camino de Tombuctú a donde no querías llegar, o al Himalaya buscado a la Yeti matando el mal de amores, y prefiriendo a Viridiana en un convento y el monte de Venus al monte Calvario, como todos nosotros, tus hijos putativos, poetas fracasados ante la más simple de tus rimas.
Te debemos unas cañas en la taberna de Platón para que nos expliques qué son esas sombras que salen en el Telediario. Y, mientras, escucharemos a Enrique Morente cantar por Krahe la elegía de los amores y la memoria, y te rogaremos que nos reveles quién era aquella que te llevó a su casa y te entregó antes su lengua que su voz, y la del retrato de Durero, y el pescador que faenaba en la costa Suiza, y cómo se cocina un crucifijo, y de qué manera se envida con las cartas del Tarot, y por qué la democracia está callada y como ausente, y como Ulises volvió a Ítaca parando en Navalagamella. Y mil cosas más.
Dejas aquí una bandada de cuervos ingenuos que te agradecen tus lecciones de anarquía elegante y discreta, de discrepancia irónica y punzante, de civismo insobornable y de una rara humanidad que se nos ha hecho muy corta.