La carne de periodista ha vuelto a bajar de precio esta semana. Se pueden hacer albóndigas con ella a base de triturar televisiones autonómicas enteras y luego, con esos mondongos, dar de comer a una cierta opinión pública que piensa que Belén Esteban ganó el premio Pullitzer y es el exponente de la comunicación en estado puro. En el menú de la austeridad se pueden poner fritos de periodista porque, por desgracia, la valoración social de este trabajo no es demasiado alta. Era como cuando el pollo se llamaba el caviar de los pobres: llenaba el estómago pero no tenía prestigio. Las tripas de periodista cotizan a la baja en el supermercado laboral. Siempre fue barata la carne de plumilla, el kilo de camarógrafo, el suflé de fotógrafo, el puré de técnico, la tapita de redactor vuelta y vuelta, el costillar de documentalista, pero ahora todos estos productos son aún más económicos. Con esta carne bien picada se hacen cebos políticos, comida para perros o barbacoas parlamentarias. De hecho, en política hay muchas personas que siempre han querido ser editorialistas pero se quedaron en carniceros porque confunden un diccionario con el machete de trinchar.
-Están aquí los periodistas, señor ministro, decía el ujier.
-Qué pasen y les echen de comer, respondía el otro.
Eso era antes, cuando no había democracia. Ahora, la escena es así:
-Están aquí los periodistas, señor presidente, dice el asesor.
-Qué los vayan desollando, se oye bramar desde el fondo del despacho.
Seguramente el dios de los periodistas es ateo y alcohólico, tiene mucho que hacer y no va a perder el tiempo en salvar a esta profesión de morir triturada entre los dientes de quienes sólo abren la boca para pedir que se les saque el lado bueno, para mandar callar cuando ellos digan, para pedir favores siempre y, en caso de negativa, para morder al reportero Tribulete hasta llegar al hueso. Bajó la carne de periodista esta semana. La pieza se cotiza a precio de saldo, devaluada desde hace años por los mercachifles de siempre que, dentro de no muchos años, acabarán comprando y vendiendo dos periodistas por el precio de uno. Si ahora salen baratos, esperen un poco más y habrá verdaderos chollos que, además de dar noticias, irán a la compra, cuidarán a los niños y pasarán la mopa. Si la duquesa de Alba ha logrado casarse a los 85 años y bailar sevillanas sin que le descuelgue la pelvis, el mercado de la comunicación nos ofrecerá aún carnicerías profesionales mucho más salvajes. Ya verán.
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