Si se mira bien, Juan Luis Cebrián y Pablo Iglesias comparten una estimación muy similar sobre los medios de comunicación, aunque pudiera parecer que están en las antípodas en lo que a este asunto se refiere. Juan Luis y Pablo, Pablo y Juan Luis, quieren ser los controladores de lo que se publica, quieren ser censores, filtradores, inquisidores o inspiradores, según sea el caso. Juan Luis lo hace desde hace tiempo con mano de ERE, siendo el que más manda en un complejo mediático y financiero de muchas campanillas, siendo académico de la Lengua, honorable analista de la economía y la política patria; prologuista, monologuista, monopolista, muñidor de pactos en los que las noticias y la comunicación hacen de lubricante para negocios e influencias.
Pablo Iglesias, aparte de manejar la Tuerka, su medio con pretensiones de mosca cojonera del periodismo clásico que él controla como un pequeño ciudadano Kane, propone que el Estado ponga coto a la expansión de los grupos de comunicación privados. Antes de soñar con nacionalizar los bancos, Iglesias prefiere estatalizar los medios porque sabe, como Cebrián, que son llave de poder e influencias, un producto al que de vez en cuando conviene aplicar la “ley seca”, una bestia que conviene tener domesticada para que no embista por donde no debe. Al margen de que el líder de Podemos se cachondee de una periodista en público porque lleva abrigo de pieles o ponga en la picota a un redactor de “El Mundo” porque no le gustan sus titulares, lo que en realidad quiere es tener el mismo poder que Cebrián sobre lo que aparece en las primeras páginas. Ahí está el secreto: el periodismo es cojonudo si es mío, si yo mando en él. Ni a uno ni a otro interesa el futuro de la profesión o los profesionales, ni tiene previsto hacer nada por su dignificación. Cebrián considera que a los 50 años ya nadie es apto para dar noticias e Iglesias sostiene que la independencia y credibilidad de un redactor depende de la empresa para la que trabaje. Ambos opinan que ellos mismos son las únicas personas adecuadas para poner puertas a lo que se publica o no se publica. Cebrián lo hace con el poder de su dinero y la autorización de los consejos de administración que preside; Iglesias quiere hacerlo a golpe de Boletín Oficial del Estado y Consejo de Ministros aspirando en el fondo a una especie de nueva Prensa del Movimiento de infausta memoria. En manos de ambos el periodismo es un producto que solo tiene un valor relativo, el que sirve a determinados intereses económicos o políticos; más allá de ahí y si no responden a las expectativas previstas los medios y sus profesionales son intercambiables, presionables, expulsables o permanentemente cuestionables.
No me gusta ninguna de las dos versiones de mercader de noticias que nos proponen ambos sujetos desde sus respectivas torres de marfil: el capitalismo desalmado y el estatalismo trasnochado. Las dos temen a la libertad y desprecian la inteligencia de los espectadores y la ética e independencia de los profesionales. Cualquiera de las dos acabará con esta profesión.
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Muy interesante el artículo.